domingo, 16 de septiembre de 2012


¿Qué produce un tratamiento psicoanálitico?



Cuando un sujeto se plantea comenzar con un tratamiento psicológico,  lo hace por estar atravesando un momento particular donde hay algo de sí mismo que le dificulta seguir adelante con la cotidianeidad de su vida, y que se manifiesta de diferentes maneras: sensaciones de angustia, síntomas en el cuerpo, períodos de duelos, etc.

La variedad de terapias que se ofertan hacen que quien desea comenzar un tratamiento se cuestione qué variante elegir. Las llamadas “terapias breves” han tomado un valor importante en los últimos tiempos, por estar todas ellas adaptadas a un sistema que exige “solucionar” los conflictos en cuestión con inmediatez, con premura. De ahí los prejuicios que a veces llevan a no elegir un tratamiento de orientación psicoanalítica: la duración del mismo, la idea de tener que “recordar” situaciones de la infancia, etc, etc. Cabe entonces investigar el por qué de esta diferencia: ¿cómo puede un tratamiento “curar” tan rápido y otro tardar “tanto tiempo”?, acaso esto nos conduzca a cuestionarnos qué produce un tratamiento psicoanalítico y qué otras terapias.

¿De qué se trata un psicoanálisis?

Cuando un sujeto se ve convocado a acudir a un profesional para hablar de lo que le pasa, se dirige en principio en busca de una “solución”.

En las terapias breves por ejemplo, el objetivo sería orientarse en “solucionar ese problema” a corto plazo, con la idea de una remisión rápida del malestar que lo lleva al sujeto a consultar. Es esto lo que hace posible que quien consulta encuentre un “atajo” para salir de ello rápidamente, un atajo que resulta necesario cuestionar.

El psicoanálisis se ocupa de algo muy distinto, encontrando que esa escapatoria no lo conduce a un sujeto a la salida del laberinto sino más bien a seguir dando vueltas en el mismo. Lo que para las primeras es la “solución”, para el psicoanálisis se trata de un reforzamiento de lo que tendría más bien que estar puesto en cuestión. ¿Por qué?

Cuando se padece de un síntoma, de un malestar, allí se hallan arraigadas varias cuestiones que se han ido enlazando una a una hasta constituir dicho malestar. Decimos con Freud que un síntoma es una manifestación del inconciente, en él se hallan contenidas varias causas y no tan sólo una. Por ello, para el psicoanálisis, el tapar la angustia, el crear conductas evitativas, el fortalecer las acciones del yo, son mas bien una forma de “resistirse” a buscar el origen, el conjunto de causas que llevaron al sujeto a su situación actual. Se trata entonces de poder distinguir claramente que los objetivos de ambos tipos de tratamiento son ciertamente muy distintos. Podemos decir que se ocupan de dos entidades diferentes.

Consideramos así que los paliativos para “estar mejor” operan más bien alienando, sosteniendo un punto de incuestionabilidad de sí mismo, que evita las preguntas de cómo se armó ese laberinto. De esta forma entonces vamos comprendiendo que “las soluciones rápidas” pueden resultar engañosas, dado que esos síntomas que en apariencia desaparecen retornarán luego de ése u otro modo.

El psicoanálisis trabaja con una ética, no con una moral. Una ética que es la del deseo, es por ello que el tiempo, el recorrido de un análisis, es subjetivo y único para cada uno. No hay manera de juzgar si ese tiempo es mucho o poco, en tanto el sujeto que está atravesando por él va procurando las vueltas que le sean necesarias para develar la autenticidad de su posición. Indagar en esos recovecos del inconciente hace posible que un sujeto conozca de sus marcas, de sus fantasías, de su modalidad, y al fín y al cabo pueda ser un sujeto que elige, con un poco más de libertad, un modo diferente de estar.

Así podemos pensar entonces que no es lo mismo hallar formas para sostenerse sin cuestionamientos en un aparente bienestar, que reformularse un nuevo andar siguiendo la brújula del propio deseo.

Lic. Valeria A. Mercuri

viernes, 30 de marzo de 2012

Una cuestión de tiempos…un momento para comprender


Cuantas veces, en la actualidad, hemos escuchado decir cosas tales como “no tengo tiempo para nada” o “cómo pasa el tiempo” o “el tiempo no me alcanza…”. Pareciera que algo en relación a este valor temporal, se presenta en algunas oportunidades como una queja, y otras, vinculado a ciertas sensaciones de frustración, ahí donde ese tiempo justamente no alcanza y en consecuencia no es suficiente para lograr o alcanzar determinadas metas.

También resultaría extraño que, casualmente en estas épocas, pudiéramos pensar a alguien no portando un celular, lo que implicaría entender que es impensado que alguien no pudiera estar ubicable, o que no tenga una dirección de mail, lo mínimo e indispensable para sobrevivir…

¿Será que no podemos perdernos de nada, lo que equivaldría a decir, que estamos listos y disponibles siempre, en cualquier momento y horario, porque si se apaga el celular…qué sucedería?

¿Qué será entonces lo que esta época parece “imponer”? ¿Podría ser, que en la era de la globalización y el discurso capitalista, en donde todo puede ser posible de manera rápida y eficaz, no podamos pensarnos por fuera de ese tiempo que nos “obliga” a estar siempre, a querer saber todo y no poder concebir, por sobre todas las cosas, el perdernos nada?

Sería interesante analizar entonces, en relación a estas particularidades, cómo se estructura el discurso a través de estos acontecimientos, y valdría la pena pensar qué sucede justamente con lo discursivo en esta época, allí donde parece quedar claro que, los efectos del discurso, tienen consecuencias para los sujetos hablantes, y estas consecuencias seguramente estarán vinculadas a las ofertas y semblantes que este discurso genera.

Los efectos del discurso

Entonces, si este “modo de comunicación” hace referencia no sólo a lo “todo posible” sino por sobre todas las cosas a la inmediatez, tal vez deberíamos considerar que el efecto probable tenga que ver con lo que no se inscribe en el discurso, es decir, que en relación al lenguaje algo no puede ser simbolizado por los sujetos que hablan, y en consecuencia, los resultados son las carencias de los lazos, que en el caso del discurso capitalista, al decir de Colette Soler “…no escribe nada de eso, sino sólo la relación de cada sujeto con los objetos a producir y a consumir”, destruyendo el “Capital Simbólico”[1].

¿Qué consecuencias tendrá esto para un sujeto? Los síntomas actuales nos ofrecen un claro ejemplo de esta modalidad: ataques de pánico, estrés, fobias, podrían ser algunos de los exponentes más comunes de la época, como también las llamadas “patologías del acto”: bulimias, anorexias, entre otras, compulsiones que se repiten, en el intento de asimilar ese goce que “exige” satisfacerse en el aquí y ahora.

En la carrera hacia el éxito como única meta posible, se genera como resultado la insatisfacción y las nuevas “formas” de padecimiento, como así también muchas respuestas que se prometen para su solución, muy acordes a estos tiempos también: rápidas y eficaces, eliminando el valor simbólico de la palabra, en su transmisión, como arma que da sentido y compensa los padecimientos de la vida misma.

Es cierto que estar “a la altura de la época” sería sinónimo de “aliviarse rápidamente, para seguir con el ritmo de los tiempos de hoy”, pero ¿cómo darle otro lugar al padecimiento, cómo hacer para que, eso que se padece, pueda ponerse en palabras?

Lacan introdujo tres tiempos lógicos, en donde el segundo tiempo corresponde al “momento de comprender”. Un momento en el cual es necesario un intervalo, intervalo entre la causa y su efecto…intervalo casualmente que la pulsión intenta eliminar, “exigiendo” su satisfacción en un tiempo inmediato.

Allí no hay lugar para el síntoma, para ese sustituto en el cual los sujetos puedan encarnar ese valor de uso pulsional que se contrapone con el valor de tiempo del goce, donde lo que se impone es la inmediatez, quedando reducidos entre el “momento de ver” y el “momento de concluir”, sin la mediación de ese otro tiempo intermedio, necesario para hablar de lo que nos sucede.

El psicoanálisis, un momento para comprender

El psicoanálisis se propone como un espacio en el cual es válido ese tiempo lógico, como síntoma incluso, haciendo de intervalo entre lo dicho y aquello que queda por fuera, que no se puede decir y que muchas veces “no se quiere saber”.

La historia forma parte del tiempo, por eso, el psicoanálisis propone desandar ese camino, darle un valor de uso a la palabra para ponerla a trabajar e ir más allá de eso que está en la superficie, en la vorágine y en lo que no se puede solucionar inmediatamente.

Darle un lugar al discurso, en donde el que padece pueda hablar-hacerse un tiempo- para contar su historia.

Lic. Natalia Domínguez



[1] Colette Soler, “Los afectos Lacanianos”.