En el caso que hoy nos ocupa, el problema es doble: no sólo se trata de términos que tienen diferencias muy específicas, sino que forman parte del imaginario de la locura, algo a lo que el común de la gente le teme, aunque no conozca bien sus diferentes matices. Entonces, casi se ha convertido en un insulto el famoso “¡vos necesitás un psicólogo, no, mejor un psiquiatra!”. Supuestamente, si alguien está loco necesita un psicólogo (esto se verifica cuando al preguntarle a alguien si acaso alguna vez consultó con un licenciado en psicología, obtenemos por respuesta un “yo no estoy loco, ¿para qué necesito un psicólogo?”). Pero, si acaso está muy loco, lo que pasa a necesitar es un psiquiatra.
Entonces, para la lengua popular se establece una primera diferencia entre el psicólogo y el psiquiatra, a partir de la gravedad del caso en cuestión: si hay un trastorno de índole mental leve, hay que ir a ver al psicólogo; pero si la cosa es grave, entonces conviene un psiquiatra. ¿Y el psicoanalista? Asumiendo el riesgo de ser un algo esquemáticos, pongamos un poco de orden en este asunto.
Quizás la primera idea, la más clara y ordenadora, es que el psiquiatra es una especialidad de la medicina, y que por eso al consultar con un psiquiatra, en última instancia, uno está recurriendo al modelo médico. Es por eso que el psiquiatra puede medicar, puesto que desde su perspectiva de abordaje de la problemática de un paciente, el desarreglo tiene causa orgánica y, por lo tanto, la incidencia de alguna droga sobre el sistema nervioso central puede corregirlo. El enorme desarrollo que la psicofarmacología ha alcanzado en nuestros días se debe justamente a cierto giro en la concepción de la persona humana capitaneado por la biología y las neurociencias. El psiquiatra también puede internar a una persona que se encuentra en un estado de peligro para sí o para terceros y, como muchos ya saben, también puede otorgar extensas licencias laborales a pacientes que se encuentren en estados emocionales inconvenientes para trabajar. Pero, por lo general, al psiquiatra se le cuentan los síntomas puntuales que se manifiestan en el cuerpo y, cuando uno comienza a hablarle de sus problemas, puede sugerir que de eso conviene hablar con el psicólogo.
El psicólogo, obviamente, no es un médico. Se trata de una carrera universitaria que, como casi todas y en función de los años de estudio, arroja títulos como Licenciado en Psicología, Magister en Psicología o Doctor en Psicología. Puesto que el psicólogo no es un médico, no puede recetar medicación ni puede internar a un paciente (la ley dice claramente que si considerara que la internación es adecuada en algún caso, debe “promoverla” a través de un psiquiatra). Existen muchas y muy variadas escuelas psicológicas (psicología gestáltica, transaccional, psicoterapias, terapias cognitivo-comportamentales, psicología sistémica, forense, educacional, laboral), así como diversos modos de abordaje y tratamiento (individual, grupal, de red, de pareja o de familia, de adultos y de niños).
A lo largo de la carrera universitaria de psicología, los futuros profesionales se forman en gran parte de ellas. Pero al finalizarla y comenzar el ejercicio de la profesión, por lo general, eligen alguna en particular para continuar sus estudios y aplicarla en su trabajo cotidiano. La psicología trabaja con parámetros generales y descripciones ajustadas a los tipos psicológicos más frecuentes; en sus modos de intervención clínica apuntan a la contención afectiva y a la concientización de la posición del paciente. El psicólogo puede actuar a través de la sugestión y dar indicaciones precisas acerca de cómo debe comportarse el paciente. Las típicas escenas “de psicólogos” de las películas hollywoodenses muestran este tipo de tratamiento, el que en ciertas ocasiones suele ser efectivo. En algunos de los modos de abordaje, al iniciar los tratamientos se acuerda el tiempo de trabajo y los objetivos que, generalmente, son a corto plazo. Finalmente, conviene agregar aquí que estos son los tratamientos que suelen cubrir las obras sociales y/o las prepagas, fundamentalmente porque pueden auditarlas y limitarle los plazos de trabajo.
Quizás el psicoanalista sea el más difícil de explicar, puesto que en sí mismo y desde el momento de su surgimiento como figura terapéutica en la historia, ha mantenido un lugar límite en el campo de la salud mental. En el párrafo anterior, donde hacía una especie de lista de las escuelas que se estudian en la carrera de psicología, omití a propósito incluir al psicoanálisis. Pero la realidad es que también se lo estudia en la universidad. El problema es que el psicoanálisis es algo así como una escuela que se opone en sus concepciones a la psicología, que la combate en sus puntos más centrales. Pero la realidad es que el título de psicoanalista no existe. Muchos de los psicoanalistas que reciben pacientes en carácter de tales son psicólogos que han elegido a la teoría psicoanalítica para desarrollar su labor.
El psicoanálisis es una teoría que no disuelve al sujeto en una tipología y que considera el sufrimiento personal como enraizado en la historia de cada uno. Una de las ideas más revolucionarias de su creador, Sigmund Freud, es que el sujeto humano es movido en los intereses de su vida por una energía de tipo sexual. Esta idea que a principios del siglo pasado provocó escándalos masivos, hoy ya no suena tan osada y contribuye en mucho al abordaje clínico de los pacientes. Para darle todo el valor a la palabra, Freud inventó el dispositivo del diván, en un intento por no quedar capturado por la imagen de los pacientes, tanto como para que estos pudieran asociar libremente sin la presión de un especialista delante (es por eso que la verdadera disposición de la sesión psicoanalítica exige que el psicoanalista esté sentado detrás del paciente y no tenga contacto visual con él). Debido al recorrido que cada paciente debe realizar por su historia personal y su niñez, el psicoanálisis es un tratamiento extenso.
No obstante, en contrapartida, su trabajo va más allá de la resolución de los síntomas a nivel de la conducta y apunta a lo más profundo del ser del sujeto, intentando una transformación radical y poniendo al paciente en concordancia con su deseo.
Por supuesto que de cada profesión hay mucho más por decir. Es cierto también que el psiquiatra puede convocar a un psicólogo –como ya dijimos– o que un psicólogo o un psicoanalista, al notar que su paciente comienza a manifestar síntomas que lo ponen en riesgo puede indicar una consulta psiquiátrica. Se arman así zonas de intersección, en las que resulta frecuente que un paciente en tratamiento psicoanalítico o psicológico esté medicado.
En síntesis... ¿a quién recurrir para contarle la vida? Usted elige, pero al menos ahora ya dispone de algún elemento más para una decisión que podría cambiarle la vida.
En síntesis... ¿a quién recurrir para contarle la vida? Usted elige, pero al menos ahora ya dispone de algún elemento más para una decisión que podría cambiarle la vida.