El psicoanálisis es una disciplina que nació como una práctica de cura a principios del siglo XX, en el encuentro que tuvo su inventor, Freud, con el discurso de una mujer cuyo padecer ponía en cuestión la vida sexual de los seres humanos y buscaba ser escuchado.
Es decir, el psicoanálisis nació como una práctica de cura y se sostiene como tal. Son argumentos desleales aquellos que se esgrimen diciendo que al psicoanálisis no le interesa la cura, dimensión que se encuentra permanentemente evocada en los textos de transmisión de Freud y de Lacan. Es esta la práctica que los psicoanalistas sostenemos hoy: La que liga el padecimiento a la sexualidad. Lo que no quiere decir que los psicoanalistas no estemos advertidos respecto de los cambios que se han producido en esta relación a través de los tiempos.
En la actualidad no es la misma que en la época de Freud, ya que lo que era un escándalo para la concepción de la sexualidad en el siglo XIX y a principios del XX, hoy es una banalidad.
Que los modos o modas sean diferentes no nos habilita a pensar que no hay represión de la sexualidad ni que no hay retorno de lo reprimido, es decir que no hay síntomas psíquicos, sino que en todo caso a lo que estamos obligados es a interrogarnos sobre qué es lo que “retorna” en un síntoma.
No sólo en un síntoma “clásicamente” neurótico: tristezas infinitas, compulsiones, exigencias, prohibiciones, sino también en las formas particulares que toma lo rechazado en nuestra sociedad capitalista. Me refiero a lo que denuncian las formas actuales de la angustia de los ataques de pánico, de los cuerpos alterados anoréxicos, transexuales o travestidos, y de los toxicómanos de hoy, como nuevas presentaciones del padecer subjetivo.
Claro que reconocemos que muchos de estos sufrimientos actuales, se presentan con un importante rechazo a ser subjetivados por quien los padece.
Aquellos cuya carta de presentación es el “yo soy así” pero que cuando al sujeto le resulta dificultoso continuar esta frase, como la letra del tango y decir “si soy así, que voy a hacer” y entonces si se encuentra con esto, quizá quiera consultar, allí está el psicoanalista, el mejor capacitado para escuchar.
Nuestra época… es una época en que el cinismo está a la orden del día, donde el sujeto padece de las locas e insistentes demandas de un “ideal generalizado” que los hace sentir rechazados a aquellos que no lograron entrar en los requisitos de la felicidad, del éxito, de la belleza, de la fuerza, la alegría. Que no pueden identificarse con ese “siempre arriba” de esas figuras ideales a las que nos convocan tanto la publicidad como los medios de comunicación.
Los que practicamos el psicoanálisis reconocemos que si bien cada época tiene su marca, nuestro desafío siempre es el mismo: relacionar al sujeto con el reconocimiento del inconsciente que lo determina, poder hacer producir una causa donde se sufre, encontrar una causa para sus síntomas inhabilitantes.
Los psicoanalistas asumimos como una responsabilidad ética el hecho de que nuestra práctica clínica debe estar siempre obligada a sostenerse en la complejidad que cada época supone, con el fin de mejorar la posición del sujeto que nos consulta.
Lacan nos lo dice así en un párrafo de un texto “es mejor que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época” [1]
Los analistas no debemos, ni estamos fuera de la hora en la que nos ha tocado vivir, y trabajamos en una formación permanente para estar a la altura del sujeto sufriente que se dirige a nuestra consulta. De la escucha de un analista y de la puesta en marcha de un tratamiento psicoanalítico puede esperarse el alivio subjetivo de los padecimientos.
Cristina Toro
[1] Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. Pues ¿cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico? Que conozca bien la espiral a la que su época lo arrastra en la obra continuada de Babel, y que sepa su función de intérprete en la discordia de los lenguajes. J. Lacan “Función y Campo de la palabra en psicoanálisis”
Es decir, el psicoanálisis nació como una práctica de cura y se sostiene como tal. Son argumentos desleales aquellos que se esgrimen diciendo que al psicoanálisis no le interesa la cura, dimensión que se encuentra permanentemente evocada en los textos de transmisión de Freud y de Lacan. Es esta la práctica que los psicoanalistas sostenemos hoy: La que liga el padecimiento a la sexualidad. Lo que no quiere decir que los psicoanalistas no estemos advertidos respecto de los cambios que se han producido en esta relación a través de los tiempos.
En la actualidad no es la misma que en la época de Freud, ya que lo que era un escándalo para la concepción de la sexualidad en el siglo XIX y a principios del XX, hoy es una banalidad.
Que los modos o modas sean diferentes no nos habilita a pensar que no hay represión de la sexualidad ni que no hay retorno de lo reprimido, es decir que no hay síntomas psíquicos, sino que en todo caso a lo que estamos obligados es a interrogarnos sobre qué es lo que “retorna” en un síntoma.
No sólo en un síntoma “clásicamente” neurótico: tristezas infinitas, compulsiones, exigencias, prohibiciones, sino también en las formas particulares que toma lo rechazado en nuestra sociedad capitalista. Me refiero a lo que denuncian las formas actuales de la angustia de los ataques de pánico, de los cuerpos alterados anoréxicos, transexuales o travestidos, y de los toxicómanos de hoy, como nuevas presentaciones del padecer subjetivo.
Claro que reconocemos que muchos de estos sufrimientos actuales, se presentan con un importante rechazo a ser subjetivados por quien los padece.
Aquellos cuya carta de presentación es el “yo soy así” pero que cuando al sujeto le resulta dificultoso continuar esta frase, como la letra del tango y decir “si soy así, que voy a hacer” y entonces si se encuentra con esto, quizá quiera consultar, allí está el psicoanalista, el mejor capacitado para escuchar.
Nuestra época… es una época en que el cinismo está a la orden del día, donde el sujeto padece de las locas e insistentes demandas de un “ideal generalizado” que los hace sentir rechazados a aquellos que no lograron entrar en los requisitos de la felicidad, del éxito, de la belleza, de la fuerza, la alegría. Que no pueden identificarse con ese “siempre arriba” de esas figuras ideales a las que nos convocan tanto la publicidad como los medios de comunicación.
Los que practicamos el psicoanálisis reconocemos que si bien cada época tiene su marca, nuestro desafío siempre es el mismo: relacionar al sujeto con el reconocimiento del inconsciente que lo determina, poder hacer producir una causa donde se sufre, encontrar una causa para sus síntomas inhabilitantes.
Los psicoanalistas asumimos como una responsabilidad ética el hecho de que nuestra práctica clínica debe estar siempre obligada a sostenerse en la complejidad que cada época supone, con el fin de mejorar la posición del sujeto que nos consulta.
Lacan nos lo dice así en un párrafo de un texto “es mejor que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época” [1]
Los analistas no debemos, ni estamos fuera de la hora en la que nos ha tocado vivir, y trabajamos en una formación permanente para estar a la altura del sujeto sufriente que se dirige a nuestra consulta. De la escucha de un analista y de la puesta en marcha de un tratamiento psicoanalítico puede esperarse el alivio subjetivo de los padecimientos.
Cristina Toro
[1] Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. Pues ¿cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico? Que conozca bien la espiral a la que su época lo arrastra en la obra continuada de Babel, y que sepa su función de intérprete en la discordia de los lenguajes. J. Lacan “Función y Campo de la palabra en psicoanálisis”
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