Llamamos psicofármacos a aquellos medicamentos que producen efectos en el comportamiento de la persona que los consume. Se los clasifica en dos grandes grupos: los sedantes psíquicos y los antidepresivos. Dentro de los sedantes psíquicos se encuentran los estabilizantes del humor, los antipsicóticos y los ansiolíticos (los más conocidos: clonazepan y alprazolam). Por su parte, los antidepresivos se dividen en típicos y atípicos (por ejemplo: fluoxetina y paroxetina).
Hace un par de meses, Susana Gimenez sorprendió a varios al contar en su programa que toma antidepresivos hace diez años, rematando su revelación con las siguientes palabras: “toma todo el mundo en los Estados Unidos y en Europa. Son excelentes. Se puede caer todo y no pasa nada". Enseguida aclaró: "Lo que no podés hacer con la pastilla es mezclar. Pero desde que las consumo, me importa tres pitos todo lo que pase". (http://www.youtube.com/watch?
Si bien la expresión de Susana suena un poco exagerada, las estadísticas nos brindan números bastante llamativos: sólo en EEUU, veintisiente millones de personas toma antidepresivos, esto es el 10 % de la población y representa exactamente el doble de la cantidad de gente que consumía dichos psicofármacos en 1996. En la Argentina los números resultan igual de alarmantes: según una encuesta del Observatorio Argentino de Drogas más de tres millones de argentinos admitieron el uso de psicofármacos, habiendo aumentando en un 40 % el consumo de antidepresivos y ansiolíticos en los últimos diez años.
Hoy 100.000.000 de personas consumen psicofármacos en todo el mundo. El vertiginoso ascenso del consumo está directamente relacionado con el llamado “marketing de la enfermedad”: a partir de los medios se difunde ampliamente la aparición de “nuevos” transtornos psicológicos, enfermedades descubiertas en los departamentos de marketing de los fabricantes de drogas. Algunos de ellos tienen nombres que resultarían graciosos si no fuera porque realmente a los pacientes se les diagnostica dichas enfermedades, por ejemplo: transtorno de ir de compras compulsivo, transtorno premenstrual disfórico, transtorno bipolar pediátrico (que llevó a un aumento del orden del 4000% en el consumo de medicación para niños en la última década). A modo de ejemplo, tomemos lo que ocurrió con el llamado transtorno de ansiedad social: en el año 1999 en EEUU se difundió en diversos medios publicitarios el descubrimiento de esta “nueva” enfermedad, afirmándose que afectaba al 13,3 % de la población estadounidense. Simultáneamente, la DFA aprobaba la droga llamada PAXIL, supuestamente eficaz para su tratamiento. Tiempo después se descubrió que la agencia de publicidad que había realizado la campaña que alertara a la población por la aparición del transtorno de ansiedad social había sido contratada por la misma empresa farmacéutica que creó la droga. (para más detalles: http://www.youtube.com/watch?
Otra problemática vinculada con el tema es la cuestión de la automedicación. No todas las drogas actúan de la misma manera, dado que la metabolización de las mismas por parte del organismo varía según cada persona, la sustancia, la dosis, la forma en la que se administra, el tiempo transcurrido desde que comenzó el consumo y la interacción entre dos o más psicofámarcos. De ahí la importancia de que el consumo de psicofármacos sea supervisado por un profesional. Según un informe de la Secretaría para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico, más del 10% de las personas de entre 16 y 65 años, el 8% de los universitarios y el 4,4% de los estudiantes secundarios usan sedantes o estimulantes sin prescripción médica. "Es todavía más grave, porque esos datos hablan del consumo sin receta y hay muchos que, aún accediendo a los psicofármacos por indicación médica, los usan indebidamente. La cifra es aún mayor", asegura Diego Alvarez, director del Observatorio de Drogas de Sedronar. "Argentina es el único país latinoamericano en el que la primera droga, después del tabaco y el alcohol, no es la marihuana sino el psicotrópico".
El correlato de esta situación es que los psicólogos nos encontramos cada vez más asiduamente con pacientes que en la primer consulta cuentan que hace tiempo toman algún tipo de psicofármaco sin ningún tipo de supervisión profesional. Se ha naturalizado tanto el consumo que nadie mide las consecuencias de la automedicación.
¿Cuál es la posición que tenemos algunos de los profesionales de la salud de orientación psicoanalítica frente a la cuestión del uso de psicofármacos? La medicación puede ser en muchos casos una herramienta muy importante, fundamentalmente ante la presencia de una sintomatología que hace obstáculo al tratamiento: niveles de angustia y ansiedad muy altos, presencia de fenómenos alucinatorios, insomnio, transtornos alimentarios graves. En esos casos, los fármacos posibilitan un tratamiento vía la palabra, que muchas veces se ve impedido por algunos de los síntomas referidos: ¿qué esperar de lo que puede decir una persona que, por ejemplo, no puede dormir hace una semana debido a un pertinaz insomnio?.
Pero puede pasar también que el consumo de la medicación sea un obstáculo para el tratamiento. A diferencia de cierto tipo de psicoterapias, cuyo objetivo es remover el síntoma que llevó al paciente a consultar, ya que lo conciben como algo disfuncional que hay que eliminar, los psicoanalistas somos muy cuidadosos con el síntoma, ya que para nosotros es vía el síntoma como se expresa algo del orden de la singularidad de cada uno, de su deseo. Una prematura y completa desaparición de los síntomas como efecto de la medicación impide que el tratamiento continúe: el objetivo de un análisis no es tanto el de producir efectos terapéuticos, que no son duraderos, que desaparecen una vez que el vínculo con el psicólogo se termina, sino generar efectos que subsistan al fin del tratamiento y que vayan más allá del alivio sintomático.
De ahí que resulte tan necesario tener en cuenta la complejidad de la cuestión de la medicación: no se trata de tomar una pastilla ante el primer problema, pero tampoco de desestimar la importancia de la medicación como herramienta para los tratamientos. El objetivo de la medicación, si es usada tal como algunos analistas concebimos el uso de la misma, no es que al paciente le importe “tres pitos” lo que pasa, por el contrario, el alivio que conlleva la medicación es un paso previo, para posibilitar que el sujeto pueda, vía un análisis, responsabilizarse por su padecimiento, para así poder poner a trabajar su síntoma.
Sebastián Fernández Moores
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