lunes, 25 de agosto de 2014

El destino de la angustia en el capitalismo


En la actualidad los modos de presentación del padecimiento, los modos en que cada sujeto experimenta el sufrimiento en la posmodernidad,  ¿o es que eso ya quedó caduco y estamos en el auge de pos posmodernidad? Es indudable que la fenomenología de presentación del padecimiento cambia con las épocas, con los discursos, con los modos de vida, sería irrisorio pensar que todo continúa igual cuando la velocidad parece ser un valor de la actualidad en la que vivimos. De tal manera los modos de manifestación del padecer en la Viena burguesa de Freud, no coincide con las histéricas perseguidas por la inquisición. Perseguidas por considerarlas brujas, que Goya representa fielmente en algunos de sus grabados. Tampoco el modo espectacular con el que Lady Macbeth cae rendida y el médico de Shakespeare pronuncia “las mentes sufrientes depositan en las sordas almohadas sus secretos”. Sin embargo, en esta última como en las anteriores encontramos posiciones diversas respecto a la angustia, posiciones distintas ante lo que insiste en el ser humano.

Hoy día la angustia es uno de los afectos más reprimido por el discurso capitalista, bajo su modo cientificista,  con el polémico D.S.M. (manual de diagnostico de trastornos mentales), que por estos días estamos en su quinta edición; o las declaraciones de la OMS –organización mundial de la salud- que predica que para el 2020 la segunda causa de incapacidad en el mundo va a ser la depresión; que en la descripción de sus signos aparece excluida este afecto central del ser hablante. ¿Es que la angustia ha desaparecido? El capitalismo propone a los sujetos los modos de gozar de los objetos, excluyendo el establecimiento de los lazos de filiación, de amor, de amistad. Se trata de sujetos en relación con objetos, que no establecen lazos con otros sino con objetos que apaciguan momentáneamente la angustia. Sujetos que no pueden acomodarse al ideal de consumo, al ideal de vida que propone el discurso, abriéndose una brecha insalvable entre los sujetos y la propuesta de consumo. Allí aparecen una serie de las llamadas “nuevas patologías”, íntimamente ligadas con lo que la actualidad del discurso ha nombrado como depresión y adicciones o paradójicamente consumo. Por supuesto que ambas han existido a lo largo de la historia del hombre, pero en la actualidad hay un visible incremento de estos diagnósticos, no por exceso de diagnostico sino por este fuerte enganche entre el sujeto y el objeto.  

Tanto la depresión como el consumo, son maneras en que el sujeto responde a una falta de la que el discurso se ha servido para ofertar sus objetos, que una vez adquiridos producen cierto dejo de insatisfacción. Pero no son las únicas, el acting out y los pasajes al acto, como modalidades suicidas, son quizás una de las mayores causas de internación en las instituciones de salud mental. Sin embargo los consultorios de los psicoanalistas y de otros profesionales de la salud, aunque a los analistas no les guste hacer conjunto, las cosas no son muy distintas. Las dificultades en el sueño, traducidas en pesadillas o un dormir interrumpido, los fenómenos corporales que la medicina descarta al no encontrar una causa eficiente para dichos padecimientos, terminan siendo motivo de consulta.

Así es como Freud comenzó a interesarse por las histéricas y los dolores de carácter inespecífico, que no cuadraban en el saber médico de la época. Allí por los principios del siglo XX, el saber medico pero más centralmente la figura del médico perdía el semblante de autoridad con el resto de las disciplinas, a las que también les llegaría su turno. Cuando todavía era pequeño, mi abuela no se cansaba de decir que la palabra del médico tenía un peso fundamental. Había un médico de cabecera que seguía la salud de la familia y en el caso que lo considerara necesario se hacia una consulta con un especialista, siempre tratándose de cuestiones excepcionales. Con la llegada del nuevo siglo no solo ha avanzado la especialización sino que se ha desvanecido la autoridad del médico. Cada vez son más frecuentes los sujetos que consultan a uno, dos y hasta tres médicos, sin encontrar la respuesta que los satisfaga. Frente a la declinación de la palabra, del lazo con el médico, se instaura una veloz tecnologización del saber médico, donde el trato determinante que tenía el médico con el paciente ha sido reemplazado por complejos estudios deshumanizados.

Ante un panorama de objetivación y el correlativo borramiento de la subjetividad, no es de sorprendernos que los padecientes sean considerados como meras victimas. Pierden de esa forma el estatuto de sujetos para convertirse objetos ofrecidos al saber del otro. Es así que quienes consultan, acomodados en el discurso que los victimiza demandan a quien los recibe que se los corrobore en ese lugar de objetos, enfermos, pacientes, sufrientes. Los analistas no dejan de alojar el padecimiento, pero no serán los cómplices de la victimización que algunos sujetos demandan que justifiquemos.

No solo son los consultantes quienes solicitan que se los preserve en el lugar de enfermos, en muchas oportunidades es el Otro familiar que inquieto ante una incertidumbre inespecífica, demandan un diagnostico. Hace unas semanas me llama el padre de una joven, que se encuentra en tratamiento desde hace un tiempo, preocupado porque un familiar lo interrogó acerca del diagnostico de su hija; es así que pregunta directamente si su hija sufre de esquizofrenia, le digo que por supuesto que no, esa es una patología que no existe más (según la nueva versión del DSM V). Por supuesto que esta es una anécdota simplemente ejemplificadora. No cabe duda de que esto responde a cierta economía familiar, bastante habitual, donde existe un empuje a objetivar a uno de sus integrantes bajo la rubrica del diagnostico.

Por sabido que pueda resultar para algunos, nunca es excesivo despabilar las orejas adormiladas recordando que, el psicoanálisis no opera con la estandarización para posteriormente objetivar a los sujetos en cierto estándar. Ha pasado más de un siglo desde el descubrimiento del inconciente, sus particulares formaciones, en el que radica el deseo singular, único, eterno, indestructible, que no se deja domesticar por el consumo. Se trata de un deseo ante el cual el sujeto se inhibe en su realización, y allí la angustia tiene un papel central, umbral de la certeza. Actos de realización postergados para la otra vida, aplastados por el discurso capitalista, sus objetos y los síntomas que siempre lo mantendrán a una distancia considerable de la realización, pero cercanos al padecimiento. Es así, que hoy se debe ser profundamente freudiano, ofreciendo orejas en lugar de sordas almohadas. El psicoanalista con su acto se embarca en desentramar la madeja sintomática, para alcanzar el corazón del sujeto, acompañándolo hasta la realización de un acto acorde a su deseo. 
 
Santiago Candia

Psicoanalista – Miembro del Foro Analítico del Rio de la Plata

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